Recuerdos
del pasado
Si Darius Lojam lo
hubiera sabido, nunca hubiese desenterrado esa cajita de metal oxidado de su
jardín.
Era un día tórrido
de verano y Darius, un chico de 22 años, intentaba pasar el día lo más fresco
posible en su casa de campo con sus padres. Era una casa apartada del pueblo de
Kurlin y la tienda más próxima se encontraba a 5 Kilómetros; la casa estaba
rodeada de una arboleda de pinos y abetos, y no muy lejos de allí, descansaba
un panteón familiar, que cada año, una parte de los miembros de su familia se
dedicaba a limpiar y mantener más o menos decente, este año les tocaba a ellos.
A Darius, no le
gustaba demasiado veranear en la casa, pues dejaba en la ciudad toda su vida,
sus amigos, y a su pareja, Gabrielle, no soportaba estar lejos ella. Darius no
era un chico muy valiente, y el hecho de estar a 300 metros de un panteón con
los cuerpos sin vida de sus familiares le incomodaba bastante; su padre, Alfred
le decía en tono irónico:
- Míralo por el lado bueno, por lo menos no
son unos vecinos muy ruidosos.
Pero eso a él no
le tranquilizaba, y mucho menos le hacía gracia. Su madre, Claudia era más
pasota, y prefería resignarse y acabar la tarea lo antes posible. De vez en
cuando suspiraba a su marido y decía:
- Ya me pueden tener una alfombra roja para cuando
suba arriba yo también.
A lo que su marido
la respondió mientras la veía limpiar la tumba de su suegra:
- Estás haciendo
algo bonito por mi madre
– Tu madre no
haría esto por mí, nuca le guste
– Ya no se lo
podemos preguntar – dijo él con sarcasmo.
Mientras tanto
Darius se encontraba en la casa, sentado en el sofá del salón, con el
ventilador, e intentando buscar algo interesante en la tele. Hacía zapping pero
nada, y además era un aparato antiguo que no contribuía a obtener una imagen
nítida, y el 60% de los canales se veían mal, o peor, no se veían, pero él no
cesaba en el intento, pasaba de un canal a otro en sentido ascendente.
- Un momento, ¿Qué
ha sido eso?
Entre canal y canal le pareció ver reflejado lo
que era la cara de una chica, una chica de cabello oscuro, como el suyo, y acto
seguido notó una mano en su hombro y una respiración en el cuello.
– Que miedica eres
hermanito
La tonta de su
hermana pequeña Cristine, de 10 años le había gastado una broma, y lo que él
vio fue su simple reflejo.
- ¿Por qué eres
tan estúpida Cris?
- Deberías estar
ayudando a papa y mama – dijo ella.
– No te metas, ya
sabes que no me gusta ese sitio, me da escalofríos.
- Bueno, por lo
menos así no tendrás tanto calor, jajaja… - y dicho esto salió corriendo al
jardín.
Aunque le
fastidiaba, tenía razón, no en los escalofríos, sino en que no era justo que mientras
ellos trabajaban, él estuviera tranquilamente descansando, al fin y al cabo
también era su familia. Asique salió de casa en dirección al panteón.
- Papa, mama, he
venido a ayudar.
- Muy bien,
nuestro hijo ya se ha hecho un hombre – dijo su padre frotándole la cabeza.
A Darius no le
gustaba que le trataran como a un niño.
- Vete quitando las
hojas secas de fuera y las malas hierbas cariño - le dijo su madre.
Darius hizo lo que
le dijeron, al cabo de media hora recogiendo se sentó un momento apoyado en la
pared de ladrillo gris del panteón, pues el estar agachado continuamente y
tirando de los rastrojos era agotador. Se relajó demasiado y dejo caer la
cabeza hacia atrás dándose involuntariamente un golpe contra la vertical.
- Aaauuu
Miró el dichoso
ladrillo con el que se golpeó.
– No puede ser, ¿me lo he cargado?
Darius no se lo
podía creer, un duro ladrillo se había roto con un golpe de su cabeza, ¿o es
que acaso no era tan duro como debería?
El chico intento
arreglarlo recomponiendo los trozos, pero cuanto más lo tocaba, más trocitos se
hacían, finalmente quedó el hueco, pero algo había dentro. Darius forzó la vista para evitar tener
que meter la mano en el agujero, pero al final lo hizo, y sacó una cajita de
metal oxidado de un tamaño algo más pequeño que un ladrillo, lo justo para
entrar en la negrura de la pared. Tenía cerradura, pero estaba tan destartalada
que abrió sin problemas.
- ¿Qué es esto? –
dijo sacando un papel amarillento. - es una carta – aunque la tinta faltaba en
algunas zonas, todavía se podía leer:
“Amada
mía, te escribo esto porque no sé si volveremos a encontrarnos algún día, me
acusan de haber robado el dinero del banco Candle, no me queda otra alternativa
que la huida de este pueblo.
Perdóname, pero esto no es una nota de
compasión, sino de confesión, efectivamente he robado el banco, pero ha sido
por una buena causa.
Te quiero demasiado para ocultarte la
verdad, asique confío en ti para que guardes esta carta. Espero que podamos
volver a vernos algún día. Cuida de Alfred.
Te quiere
Jack Lojam.”
- ¡Es mi abuelo!-
dijo pálido Darius.
No sabía porque,
pero no podía enseñarle esta carta a Alfred, pues él tenía a su padre como un
héroe de guerra que partió al combate y murió defendiendo su país, luego le
devolvieron el cuerpo a su familia, y ellos le enterraron junto a los suyos en
un nicho condecorado con adornos de medallas al valor. Su abuela enfermó debido
a la pena poco después de aquel funeral privado, también murió y fue enterrada
en un ataúd al lado de su marido. Alfred conoció a Claudia, hija del comisario
del pueblo dos años antes de la muerte de su madre, y fue a la ciudad a vivir
con ella. No, no podía destruir la historia de su familia.
Darius se preguntó
en que gastaría su abuelo el dinero, cuál sería la buena causa, pero eso es
algo que ya no sabría. Ahora todo encajaba, su abuela escondió la carta en la
cajita y la colocó entre las paredes de aquel panteón, justo en el lado más
próximo a su nicho, para que simbólicamente ella siempre guardara el secreto a
su lado. Ahora el secreto se ha desvelado, y la tarea de mantenerlo oculto ha
pasado a otra generación
Daniel López Huerta
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